El secreto del riego (*)
Este es uno de los hitos quizás más significativos de la primera etapa de la colonización galesa. Nos referimos al gran problema que debieron enfrentar los colonos desde el comienzo, cuando, se realizaron las pruebas iniciales de siembra, a los pocos días de desembarcar en Madryn. Como lo recuerda Abraham Matthews, “…se buscó la tierra más labrable cerca del puerto y se sembró trigo, sin saber entonces que en la región no había lluvia suficiente para que germinara y llegara a la madurez”. Ese fue el primero de varios intentos fallidos. Poco después, en la primavera de 1865, habiéndose radicado en la zona de Rawson, a orillas del río y dado que ya era tarde para la siembra de trigo, los colonos intentaron cultivar algunas hortalizas, también con resultado negativo. En parte era fruto de la inexperiencia, pero el mayor problema seguía siendo el insuficiente régimen de lluvias.
Al año siguiente, 1866, ya con algunas chacras mensuradas, los inmigrantes ocuparon tierras dentro una franja que se extendía hasta poco más de 20 km del mar y se dispusieron a ensayar una nueva tentativa agraria. Como contaban con muy pocos arados, la mayoría utilizó picos y palas para labrar la tierra pedregosa, trabajando los terrenos comprendidos entre los meandros del río, donde existía vegetación natural, es decir, arbustos y coirones. En el mes de junio de ese año llovió bastante, por lo que en la primavera el trigo brotó y mostró sus verdores, dando nuevas esperanzas a los inexpertos labradores. Sin embargo durante toda la primavera no llovió nada, y a mediados de noviembre, según nos cuenta Matthews, la mayor parte de los trigales se había marchitado. Sólo se salvaron unas pocas franjas cercanas al mar, dado que las mareas altas hacían subir el río y aportaban un poco de humedad. Pero fue una cosecha ínfima, tan escasa que provocó el desaliento de toda la comunidad.
Esto derivó en una reunión de todos los colonos en Rawson para deliberar acerca de la situación, conscientes de que enfrentaban una verdadera emergencia. Como resultado de las deliberaciones, una delegación viajó a Buenos Aires para gestionar el posible traslado de la colonia a algún otro punto del país, o bien al extranjero. No es del caso ahondar aquí en todos los detalles, pero lo cierto es que el Ministro Rawson los exhortó a permanecer en la colonia, y si bien existían propuestas de trasladarse a Pájaro Blanco (provincia de Santa Fe) o a Carmen de Patagones, lo cierto es que la mayoría optó por quedarse a orillas del Chubut.
Así fue como, a dos años de su llegada, en 1867, los pioneros galeses se encontraban nuevamente frente a la dura realidad de tener que comenzar de nuevo. Y uno de los principales problemas era que, dado lo avanzado del año, ya era tarde para sembrar.
En circunstancias difíciles a veces suceden hechos providenciales. Entre los colonos había un matrimonio que, sin saberlo, provocaría un inesperado giro para revertir esta situación. Hablamos de Aaron Jenkins y su esposa. Aaron era oriundo de Merthyr Tydfil, sur de Gales, y estaba casado en segundas nupcias con Rachel Evans. Según cuentan, Aaron era cultor de la música y de la poesía y tenía muy buena voz. Se recuerda también que durante la travesía del Mimosa había redactado un diario del viaje.
En la primavera de 1867 Aaron, un poco a desgano —teniendo en cuenta los anteriores resultados— sembró sus semillas de trigo en un cuadro de tierra negra, poco promisoria. Como no tenía arado, se limitó a rastrillarla un poco para que la semilla quedara cubierta. La amenaza de la sequía no auguraba buenos pronósticos. Sin embargo su esposa, Rachel, se mostraba más optimista. Ella había observado que el terreno sembrado estaba en una zona más baja que el nivel del río; por tal motivo le sugirió a Aaron que abriera una zanja para conducir el agua desde la ribera hasta el sembradío. Rachel le había pedido a su marido que trazara la zanja un domingo —día reservado a las tareas religiosas. Aaron cumplió con el pedido al día siguiente. Abrió una zanjita de poco más de 20 metros de largo y el agua corrió hasta el cuadro sembrado, cubriéndolo con una capa húmeda. Ante este pequeño éxito, los Jenkins repitieron la operación varias veces, cada vez que era necesario regar el plantío, hasta que, en febrero de 1868, su chacra lucía un hermoso trigal. Habían descubierto el secreto del riego. Fue la llave del éxito para la continuidad del proyecto colonizador. En los años siguientes, los restantes colonos imitaron este ejemplo y pronto decidieron formar compañías, a modo de pequeñas cooperativas de vecinos, para empezar a abrir canales de riego comunitarios.
Comenzaba así la gestación de una de las primeras redes de riego artificial del país. Pero esa es otra historia que se abordará en el capítulo siguiente.
(*) Este artículo integró una serie de notas efectuadas por el autor para un ciclo radial emitido por LU20, Radio Chubut, entre febrero y julio de 2015, con motivo del Sesquicentenario de la llegada al Golfo Nuevo del primer contingente de inmigrantes galeses en el Chubut, en julio de 1865.