La construcción de los canales de riego (*)
Por Carlos Dante Ferrari
La inexperiencia tiene un alto precio cuando se trata de sobrevivir en una geografía y un clima desconocidos. Repasemos brevemente el escenario de los hechos. La mayoría de los colonos no tenía práctica en la agricultura. Menos aún conocían las características del suelo patagónico, tan distintas de las comarcas galesas, de tierras fértiles, donde el propio cielo se encarga de regar los cultivos. Ignoraban que aquí, en cambio, el régimen de lluvias era tan escaso como imprevisible.
Las circunstancias se encargaron de enseñarles muy pronto todas estas cosas. Fue a través de sucesivos intentos y fracasos. Apenas llegados, en agosto de 1865, sobre la tierra costera de Puerto Madryn, buscaron los terrenos que parecían más cultivables y sembraron trigo, pero las semillas ni siquiera llegaron a germinar por falta de agua.
Luego decidieron mudarse al valle. Las tareas de traslado y asentamiento en Rawson, a orillas del río, les insumieron mucho tiempo y grandes penurias. Luego de dos o tres meses, cuando decidieron hacerlo nuevamente, ya era demasiado tarde para la siembra. Pero ellos aún no lo sabían: eligieron terrenos inadecuados, sembraron algunas hortalizas y nuevamente la sequía se encargó de frustrar sus intentos.
Eso ocurrió una y otra vez. Pasaron dos años de fracasos sucesivos. Y llegó el momento en que comprendieron que no podían depender de la gracia del cielo. Había que encontrar el modo de asegurar la suficiente provisión de agua para mantener los cultivos.
En esas circunstancias tuvo lugar el hecho providencial protagonizado por Aaron Jenkins y su esposa en 1867, relatado en el capítulo anterior. Los colonos habían encontrado el secreto para asegurar sus tareas de labranza, aunque las cosas no eran tan simples como parecían a primera vista. Pronto advirtieron que si bien el sistema de Jenkins ofrecía la clave para asegurar el riego, había un problema que seguía dependiendo de los avatares del clima: no siempre el río aseguraba un caudal suficiente como para derivar las aguas hacia los terrenos de cultivo.
Surgió entonces la idea de hacer una represa con el objeto de elevar la cota del río aguas arriba, y trazar desde allí un canal para traer volúmenes de agua controlables hacia los sembradíos. El primer intento fue a la altura de Gaiman, entre los años 1876 y 1877. Se formó un grupo de vecinos que, con mucho esfuerzo, levantó una estructura de piedra, pero al poco tiempo los terrenos flojos y arenosos hicieron que el agua se filtrara por las bases y el pequeño dique se derruyó en buena parte, dejando que el agua corriera por entre las hendiduras.
La tarea de abrir zanjas, entretanto, era casi siempre impulsada por esfuerzos individuales, o gracias a algunos pobladores que se unían para cavarlas con gran esfuerzo y magros resultados. Como lo señalaba Matthews, las barrancas del Chubut son elevadas respecto del espejo de agua, pero al distanciarse de la ribera, las tierras van descendiendo de nivel. Por ese motivo, cuando comenzaron a abrirse las primeras zanjas se cavaba muy hondo, unos cuantos metros, en la naciente ribereña, y luego la profundidad de los canales iba disminuyendo a medida que se alejaban del río. En 1876 los colonos, ya establecidos sobre ambas márgenes, formaban pequeñas compañías para abrir grandes zanjas comunitarias. Uno de los grupos, de 11 miembros, intentó construir una represa en el valle inferior, cerca de Gaiman. Según el Rev. Matthews, la represa costó cerca de mil libras, entre madera y hierro, sin contar el trabajo personal de los colonos. Cuando estaba casi terminada y el agua acumulada llegaba casi hasta el borde, las maderas no resistieron el peso y el dique se rompió, arrastrando todo el material a su paso.
En 1881, William M. Hughes, un nuevo colono que acababa de llegar al valle decidió afincarse en la zona de Gaiman y se unió a otros vecinos para volver a cavar la zanja “De las tres tentativas”, así llamada por los anteriores intentos fallidos. Era el mes de julio y según cuenta, tenía que encender fuegos para descongelar la tierra, ya que los picos y azadas no lograban horadarla. Cuando estuvo lista, después de tres semanas de trabajo, esperaron en vano que el río elevara su cauce hasta la boca.
Los agricultores del valle resolvieron entonces buscar un lugar más propicio en valle superior para tender la represa, en una zona donde se estrechaba entre las rocas y el lecho era más firme. Creían que de ese modo podrían asegurar un caudal continuo sin seguir dependiendo de las crecidas del río. Una comisión estudió el terreno, hizo los cálculos y consideró que el proyecto era practicable.
En una reunión pública, los agricultores aprobaron el informe y formaron una compañía para construir el canal del valle superior en la margen norte. Al propio tiempo comenzaron a abrirse los grandes canales del valle. La nueva represa estuvo concluida en 1882, y aunque la crecida del río terminó venciendo una vez más las bases hasta inutilizarla, el agua entró en las bocas de las zanjas cavadas por los pobladores de la margen sud, que en febrero de 1882 lograron cosechas buenas y abundantes.
En vista de ello, a principios de 1883 los chacareros decidieron unirse para hacer un solo canal que uniera ambos valles, superior e inferior. Para ello decidieron aprovechar un viejo lecho del río, abriendo una boca que derivara el agua hacía allí. Para esto encargaron una pala a caballo norteamericana, con capacidad para hacer el trabajo equivalente a diez hombres con palas de mano. Un colono muy emprendedor –nos cuenta Matthews- llamado T.S. Williams, fue el primero en fabricar una imitación de esas palas tan costosas, utilizando materiales comunes: madera, hierro y chapa. Otros artesanos siguieron su ejemplo, y con todas ellas se abrió principalmente el canal del lado sur. Gracia a ello y al esforzado trabajo cooperativo, en 1886 los colonos lograron una excelente cosecha.
El canal superior del lado norte, en cambio, todavía no pasaba por la zona rocosa que rodea a Gaiman. Los chacareros de esa zona tenían un canal poco profundo, que sólo llevaba agua con las periódicas crecidas del río. Del lado sur sufrían el mismo inconveniente.
La solución, como siempre, era montar una represa río arriba, pero varios intentos, incluso por parte de la compañía ferroviaria, fracasaron una y otra vez. Finalmente, hacia 1891, los chacareros unieron sus esfuerzos y lograron construir una bocatoma que permitió elevar la cota del río y derivar agua en forma abundante hacia el resto del valle. Los chacareros de la parte central también se unieron para hacer las obras que permitieran irrigar hasta la zona de Rawson, y los del valle superior resolvieron prolongar el canal sur, conduciéndolo a través de Gaiman y La angostura. En 1892, aunque todavía faltaba completar y mejorar las obras, los canales de riego estaban proveyendo de agua a unas 450 chacras de todo el valle.
Además de tantos esforzados y hoy anónimos agricultores que trabajaron en la apertura de los canales, merecen ser recordados también los nombres de los ingenieros Eduardo J. Williams y Llwyd Ap Iwan, quienes intervinieron en el trazado de la red. La tarea había sido titánica. No olvidemos que, como lo destacaba Lewis Jones en su obra, el sistema artificial de riego, además de lo que significa abrir canales y proveer a su mantenimiento, requiere la construcción de numerosos puentes, bancos y compuertas.
Así, a costa de enormes sacrificios, se hacían las cosas en aquellos tiempos. Como bien sabemos, la perseverancia era una característica inclaudicable del espíritu galés. El río indómito pudo con todo, menos con la fe y la esperanza de un pueblo que, a pesar de todas las penurias, había elegido quedarse en este valle. Esta era su nueva patria.
(*) Este artículo integró una serie de notas efectuadas por el autor para un ciclo radial emitido por LU20, Radio Chubut, entre febrero y julio de 2015, con motivo del Sesquicentenario de la llegada al Golfo Nuevo del primer contingente de inmigrantes galeses en el Chubut, en julio de 1865.