Las relaciones entre los galeses y los aborígenes (*)

Por Carlos Dante Ferrari

Antes de tomar contacto con los pueblos originarios los colonos galeses sentían temor hacia ellos, debido a las referencias acerca de los malones que asolaban a las poblaciones de la Provincia de Buenos Aires. Cuenta al respecto el Rev. Matthews: “Al principio, cuando recién llegamos y durante varios meses, nos hallábamos preocupados con respecto a los indios. Si viajábamos de noche o dormíamos fuera en el campo, el grito de un ave era capaz de llevarnos casi al desmayo, pues creíamos que se trataba (…) de un grupo de indios que se acercaba”.

 

Esa aprensión persistió durante varios meses, hasta que se produjo el primer encuentro con los tehuelches. Ocurrió en 1866. Un colono entró al galope a Rawson dando aviso de que los indios habían llegado. En realidad se trataba tan sólo de una familia, una pareja de ancianos y dos muchachas. Vestían pieles de guanaco y tenían un toldo de cuero sostenido con palos. Traían consigo un gran número de caballos, yeguas y perros. Se trataba del cacique Francisco. Richard Jones, Glyn Du, en una de sus notas publicadas en el Drafod, cuenta detalles sobre aquel encuentro. Refiere que algunos de los hombres más prominentes de la colonia fueron al encuentro del cacique y su familia, estrecharon sus manos y les ofrecieron sándwiches de pan blanco y bara brith (una torta sobre cuyas bases se elabora la actual torta negra galesa). Al principio los visitantes desconfiaron, pensando que tal vez querían envenenarlos, pero al ver que los colonos comían y no les pasaba nada, ellos hicieron lo propio. El pan les encantó y preguntaron cómo se llamaba. Los galeses le dijeron “bara”. “Desde entonces y por varios años” —cuenta Richard Jones— “cuando venían a visitarnos, su primer pedido era “un poco bara”.

 

Así comenzó un larga y pacífica relación entre los pioneros y los tehuelches, rica en anécdotas graciosas y episodios conmovedores. Nos limitaremos a referir aquí solamente algunas de esas historias.

 

Ambos grupos empezaron rápidamente a entenderse superando las barreras idiomáticas. El Rev. Matthews cuenta que la colonia sufría por entonces escasez de carne, ya que habían perdido  todas las ovejas y no disponían de suficientes animales para consumo. Francisco, con sus perros y caballos veloces y su habilidad para la caza, les enseñó a los colonos el uso del lazo, las boleadoras y muchas instrucciones útiles para la caza de animales silvestres.

 

Otro de los puntales de la relación fue el intercambio comercial, ya que de ese modo se podían cubrir las necesidades recíprocas. Los tehuelches ofrecían mantas, plumas de avestruz, pieles, aperos, monturas y también caballos. Los galeses los cambiaban por alimentos varios, pan, azúcar, algodón y otros elementos.

 

En el curso de ese mismo año 1866, las cosas no iban bien en la colonia: cundía el desánimo y hasta se pensaba en la posibilidad de un traslado a otro punto del país. En julio recibieron la visita de la nave “Tritón”, proveniente de las Malvinas, ya que las autoridades británicas se habían hecho eco de algunas quejas; los visitantes se informaron acerca de la situación del asentamiento y regresaron a las islas. Poco después de la partida del “Tritón”, los colonos recibieron la visita de dos grupos. El primero llegó y acampó a unas 6 millas al norte del pueblo. Eran varias decenas y pertenecían a la tribu del cacique Chiquichán. Pocos días después llegó otro grupo de la tribu de Galatts, y se afincó en la margen sur del río. Según cuenta el Rev. Matthews, ambos grupos visitaban a diario el pueblo para pedir comida o comerciar, en un marco de paz y camaradería.

 

En esa convivencia pacífica de los primeros años de la colonia, se gestaron amistades y compartieron juegos y competencias deportivas, tales como carreras a pie o a caballo, cuyo premio solía ser, según Richard Jones, una hogaza de pan. Hubo también algunas historias de amor. Thomas Jones, Glan Camwy, nos cuenta que Francisco tenía un hijo varón, Cancahuel, y dos hijas mujeres, Agar y Mariana. Un joven galés, de apellido Williams, se enamoró de la menor, Mariana, y quería casarse con ella. Aprendió un poco el idioma tehuelche e invitó a Francisco y familia a su casa, para mostrarle que era un buen partido. Francisco lo visitó, aunque, para decepción del joven galán, fue acompañado tan sólo de su esposa y de Agar, la hija mayor, dejando a Mariana en los toldos. En el curso de la visita, el cacique dio a entender que Mariana valía medio centenar de yeguarizos, pero el joven Williams apenas tenía una yegua en su haber. Francisco le dio a entender que podían llegar a un arreglo más económico por Agar, pero ella no era del gusto del pretendiente, de manera que no hubo matrimonio.

 

El temor renació con una voz de alarma que corrió en el año 1878. Como lo explica Lewis Jones en “Una Nueva Gales en Sudamérica”, se conoció la amenaza de una hipotética invasión de las tribus belicosas del noroeste, que en su obra él denominaba los “manzaneros”. Esta información coincide con la referencia del Rev. Rhys, quien menciona que Juan Chiquichano, tehuelche amigo de los colonos, dio aviso de esa temida incursión, de manera que se organizó un pequeño grupo armado para prevenir un posible ataque que, por fortuna, finalmente no se concretó.

 

En el curso de esta larga y fructífera relación, ambos pueblos estrecharon vínculos tan fuertes como perdurables. John Evans, conocido como “el Baqueano”, siempre se refería a ellos como “los hermanos del desierto”. En 1883, cuando al finalizar la campaña al desierto muchos aborígenes fueron apresados y llevados a Patagones, un grupo de mujeres notables —como se detalla en el capítulo siguiente— presentó una nota al General Winter pidiendo clemencia por ellos. El trato era de igual a igual, como corresponde entre todos los seres humanos. Hay dos anécdotas del Rev. William Rhys en “La Patagonia que canta” que así lo demuestran, y servirán como cierre de este capítulo.

 

La primera se refiere a una visita a Gaiman que hizo una anciana india, hermana de uno de los caciques amigos. El pastor Juan C. Evans la invitó a tomar el té a su casa. La hija preguntó si debía tender el mantel y la loza más fina, y la esposa del pastor respondió que sí, que debía poner la mesa “como si se tratara de la propia Reina Victoria”.

La otra historia conmovedora alude al cacique Francisco, que hallándose en Buenos Aires, donde había ido a plantear los problemas que atravesaba su tribu, cayó enfermo y fue hospitalizado. “Antes de morir”, cuenta el Rev. Rhys, “sorprendió a quienes lo atendían cuando dijo en español: Iré al cielo de los galensos, porque donde va esa buena gente debe ser un lugar feliz”.

 

 

 

(*) Este artículo integró una serie de notas efectuadas por el autor para un ciclo radial emitido por LU20, Radio Chubut, entre febrero y julio de 2015, con motivo del Sesquicentenario de la llegada al Golfo Nuevo del primer contingente de inmigrantes galeses en el Chubut, en julio de 1865.

 

 

 

Blanca Juliana Mangini

Redacción

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4 comentarios sobre “Las relaciones entre los galeses y los aborígenes (*)

  • el 20 junio, 2020 a las 5:54 am
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    Respuesta
  • el 21 junio, 2020 a las 12:37 am
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