Un cuarto de vida con IA
La inteligencia artificial cumplió este domingo tres años desde que salió al mundo abierto. Tres años pueden parecer poco… pero para los chicos nacidos entre 2011 y 2012 es casi un cuarto de su vida. Lo suficiente para que la IA no sea novedad, sino parte del paisaje.
Desde hace algo más de un mes estoy dando el Taller de Introducción a la Informática en la ESETP N.º 724 “Arturo Umberto Illia”, con estudiantes de primer año técnico. Trece y catorce años. En este tiempo los vi ocuparse, probar, equivocarse y volver a intentar con una soltura que me llamó la atención cada día. Hablan de automatizar cosas, de arreglar códigos, de crear mundos en Roblox, de pedirle algo a la IA con naturalidad, como si fuera una extensión más de la mano. A veces lo hacen a escondidas, no por malicia, sino para evitar explicaciones largas con adultos que todavía miran todo esto con sospecha.
Y mientras los observo, me vuelven imágenes de mi propia secundaria en Madryn, en la Escuela Politécnica N.º 703, mi querida “poli”. Yo no tenía internet. Punto. Recién en la universidad pude crear mi primer correo, y los de mi generación todavía guardamos por ahí un viejo hotmail o un yahoo con nombre extraño. Aprender tecnología era lento, era limitado y, muchas veces, no dependía solo de ganas: dependía de acceso. Ellos, en cambio, crecieron con un ecosistema técnico que nunca les pidió permiso.
Y no es solo una impresión: los datos lo confirman.
En Argentina, el 95% de las chicas y chicos de 9 a 17 años ya tiene un celular con acceso a internet, y la mayoría recibe su primer dispositivo mucho antes de terminar la primaria, alrededor de los 9,6 años. Más de la mitad afirma usar inteligencia artificial y dos de cada tres la integran en actividades escolares, según informes recientes de UNICEF y UNESCO. Para esta generación, conectarse, buscar, probar, equivocarse y volver a intentar no es una habilidad nueva: es simplemente el entorno en el que crecieron.
En estos tres años, a nivel global, la IA reconfiguró industrias, aceleró procesos, abrió debates y generó miedos. Pero en estas aulas, no es debate: es realidad. No discuten si la IA es buena o mala; la usan, la integran, la regulan entre ellos. Ajustan su velocidad cuando el docente se queda atrás. Se coordinan sin decirlo. Ocultan parte de lo que saben cuando sienten que su conocimiento incomoda. Y, al mismo tiempo, escuchan cuando les hablás de su potencial, sin soberbia ni estridencias.
No digo que entiendan todo. No digo que estén listos para un futuro perfecto. Digo algo más simple:
crecen dentro de un cambio que para nosotros fue disruptivo, pero para ellos es apenas el aire que respiran.
La IA cumple tres años.
Ellos tienen trece o catorce.
Y en ese cruce —entre un mundo que recién nace y una generación que ya lo habita— hay una singularidad silenciosa que vale la pena mirar de cerca.
Quizás sean ellos quienes mejor puedan acompañar lo que viene, no porque sepan más, sino porque nacieron sin miedo a lo nuevo.




